Ojo por ojo, diente por diente, libro por… ¿libro?
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Existen todo tipo de relaciones con los libros. Hay quienes los compran y jamás los leen, pero tenerlos en su estante, biblioteca, piso o escritorio, los llena de placer. Hay quienes escriben en ellos notas, poemas, citas y, además, solo les place hacerlo con lápiz; mientras hay quienes los rayan con lo que sea que tengan a la mano. También están los que piensan que rayar un libro es todo un sacrilegio, como profanar un templo sagrado. Existe, entre todas estas relaciones especialmente íntimas, una particular y que, generalmente, no es bien vista (por suerte, en esta historia la moral de bolsillo la dejaremos de lado). Estoy hablando, en efecto, del mismísimo acto de robar un libro.
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