Recordando a De Greiff


El siguiente es un escrito de Daniel Samper Pizano incluido en el libro Valoración múltiple sobre León de Greiff, publicado en 1995 por la Editorial Universidad Central.

RECORDANDO A DE GREIFF

DANIEL SAMPER PIZANO

Luego de que murió León de Greiff, el 11 de julio de 1976, sus hijos empezaron a desempolvar la biblioteca anárquica, a abrir los sobres amarillentos donde reposaban papeles de hace cincuenta años, a hurgar los cajones que nadie abría. Gracias a esta labor arqueológica han ido apareciendo pequeños tesoros. Versos inéditos; correspondencia olvidada de los tiempos del correo fluvial: pequeñas observaciones autocríticas sobre sus propios poemas; viejos artículos de prensa sobre temas que variaban desde la política hasta el fútbol; planes de libros por venir; fotografías borrosas; novelas de vaqueros con sonetos manuscritos en las márgenes… El siguiente poema escrito en julio de 1927 e inédito hasta hoy, apareció en un talonario de recibos, exactamente en la página correspondiente a la factura número 180:

Tiempo de antaño
–sabes el día, el mes, el año–
adolescente, el corazón te di.
Lo será por la vida, así lo anheles,
¡como es el tuyo y fuéralo y será para mí!
Oh tu señora mía,
rindo a tus pies mi madurez plena de mieles
todavía.

De Greiff tenía una hermosa letra. Son muy pocas las dudas que pueden surgir al leer sus originales y las que pudiere haber se resuelven fácilmente gracias a la versación caligráfica de Hjalmar y Boris De Greiff, dos de los hijos del maestro que han tomado en sus manos –especialmente el primero– la meticulosa recolección de sus escritos. ¿Cuántos poemas hay, cuántos artículos? Por ahora no lo sabe nadie. Ni siquiera Hjalmar. En su descuidada generosidad, el maestro prestó muchos libros donde seguramente hay estrofas garrapateadas. Otros tomos, que contenían interesantes dedicatorias de escritores amigos, se esfumaron de los anaqueles. No aparece un ejemplar de La Vorágine donde José Eustasio Rivera escribió un largo recado al maese León. Tampoco un libro de Tomás Carrasquilla cuya dedicatoria decía, más o menos, «León: ahí te van esas carajadas». Los hijos del gran viejo también confiesan responsabilidad en algunos extravíos. «Hace algo más de treinta años –me dijo Hjalmar– presté a un periodista un libro que Enrique González Martínez le había dedicado a papá. Aún no lo ha devuelto»

En cambio, surgió de repente en la pesca milagrosa de papeles un cuaderno con poemas manuscritos de 1914. Allí se encuentra, por ejemplo, la que tituló «Balada de los recuerdos» y que transcribo abusivamente aprovechando que el hombre no alcanzó a destruirlo:

Voy a decir la balada de mis tristezas profundas
en esta noche propicia para las recordaciones:
voy a decir la balada de mis tristezas fecundas
de mis tristezas fecundas para engendrar emociones.

Era un De Greiff desconocido, blandengue. El mismo escribió años después una palabra de autocrítica al lado del original de la «Balada»: «pendeja». No fue menos severo con otro poema que decía:

El viento no perturba del ramaje
la serena quietud que en sueños teje,
y obliga al pensamiento a que se aleje
hacia extraña región en luengo viaje.

De Greiff la calificó luego como «lata». En cambio, han surgido poemas inéditos estupendos que se hallaban en el anverso de un sobre o en una servilleta de papel. Las últimas hojas de un libro de poesía de Góngora y Argote están milagrosamente repletas de estrofas que De Greiff escribió a lápiz. Todo ello –sobres, servilletas, pedazos de libros, hojas de contabilidad rimadas— van formando poco a poco el acopio que permitirá, si a alguien se le ocurre hacerles este bien a los colombianos, publicar las obras verdaderamente completas de De Greiff. Digo verdaderamente completas porque no son tales ninguna de las dos ediciones exhaustivas que de ellas se han hecho.
La primera, realizada por Aguirre Editores en 1960, contiene una gran parte de las poesías de De Greiff, pero no todas. Además, está devastada por los errores tipográficos. «Las erratas –comentaba el maestro, desagradado– dan para hacer otro libro». Donde De Greiff escribió «Elsa blonda y esbelta», Aguirre puso «Elsa grácil y esbelta»; donde De Greiff escribió «pautas y cartabones», Aguirre puso «pautas y carbones»; donde De Greiff escribió «ingenuote o bonachón», Aguirre puso «ingenuote o borrachón». Y así ad nauseam. En cuanto a la edición de Tercer Mundo, preparada con más cariño años después, acusa el faltante de los muchos poemas que han aparecido desde la muerte del maestro. La verdad es que De Greiff no tuvo suerte con los editores. En 1951, Emecé se interesó en publicar una edición internacional de obras suyas. De Greiff preparó cuidadosamente una selección de poemas, los metió en un sobre, tomó un taxi, se dirigió al correo y cuando llegó el momento de estampillar el paquete con destino a Buenos Aires, el desencuadernado poeta se dio cuenta de que había dejado el sobre en el taxi. Entonces se marchó al Café Automático a tomarse un vodka con los amigos y se olvidó para siempre del asunto.

Tampoco ha sido de buenas el León más importante de América en materia de reconocimiento oficial a su alta estatura de poeta. Vivió siempre en aulagas; lo acorraló en un momento dado la Administración de Impuestos; el cargo diplomático que se le dio en la embajada de Suecia –para honor del país– terminó rápida y melancólicamente cuando le nombraron un jefe que ni siquiera podría haber sido su asistente. Estuvo detenido por cuenta de alguna dictadura y, ya fallecido, cualquier general venido a más pretendió faltarle el respeto a su memoria a través de un humillante expediente como subversivo de tercera clase. Para rematar, en 1979, cuando se cumplían tres años de su desaparición, la Cámara de Representantes dictó un decreto en homenaje suyo «en el segundo aniversario de su muerte». Sospechosamente, la Cámara tardó tres años en instalar la placa de homenaje aprobada en 1979 y solo vino a descubrirla hace algunas semanas.

Los hijos del maese calculan que en un año podría estar completa la recopilación, si colaboran en ello quienes tienen actualmente en su poder, por préstamo, accidente, dación en pago o simple olvido, libros y páginas desconocidas del poeta. De esta manera se cumplirá lo que dejó escrito Leo Le Gris en el folio 968 de un libro de contabilidad súbitamente convertido en testamento.

Después de Fárrago vendrá el Velero Paradójico sino La Bárbara Charanga o el Centón sin ton ni son y Sexto Mamotreto en zurriburri. Luego –si póstumos ya– (y uno de ellos si no lo vetan) tres mamotretos más de las de en verso, con cuatro de los de en prosa, si alguien –o un grupo de alguienes– se toma el trabajo de colegirlos y compulsar versiones diversas, variantes y contravariantes, interpolaciones y taraceas…

Así sea, digo yo.